Pluribus: distopía laboral en tiempos de IA

 A veces pienso que el futuro del trabajo no se parece a Black Mirror, sino a algo peor: una junta eterna de Zoom donde todas compartimos el mismo CV y cabeza. Eso, más o menos, es Pluribus. En la serie, casi toda la humanidad es absorbida por la Unión que una especie de virus de origen extraterrestre que convierte a millones de personas en una sola mente colmena. Se acabó el conflicto, todos colaboran, se ven (sospechosamente) felices, salvo unas cuantas personas inmunes, que siguen siendo individuos.

Una sola inteligencia que concentra la experiencia y recuerdos de todas, que coordina el mundo, promete orden y abundancia… pero decide por nosotras. Cuesta no ver ahí un paralelismo con la forma en que la inteligencia artificial entró en el mundo del trabajo.

Esta provocación me hizo preguntarme, en un mundo con mente colmena, ¿sigue existiendo el trabajo? ¿trabaja todo el colmenar o sólo algunos integrantes? ¿en lo mismo que antes? ¿ganan un sueldo? ¿sigue existiendo la riqueza?

La colmena trabaja, pero ya no hay personas trabajadoras

En Pluribus no vemos fábricas ni oficinas en detalle, pero nos dan pistas. Los supermercados vacíos pueden reabastecerse en horas, la luz se va y regresa según lo que “conviene” a la Unión, los recursos se mueven con una eficiencia que la Secretaría de Economía envidiaría. Alguien está haciendo cosas: producir, transportar, mantener.

Así que sí, la colmena trabaja. Lo que desaparece no es el trabajo, sino la figura de la persona trabajadora como sujeto de derechos.

En el mundo colmena, cada cuerpo es una célula que se activa donde la inteligencia central decide: hoy abasteces, mañana reparas, pasado mañana quizá descanses… si la colmena lo considera útil. Nadie “elige” su empleo, nadie negocia condiciones, nadie anuncia que va a hacer huelga. La idea misma de conflicto laboral se borra por diseño.

Suena extremo, pero algo de eso ya existe cuando dejamos que un algoritmo decida en qué turnos trabajas, qué tareas te asigna, qué productividad “deberías” tener y qué tanto acceso tienes a bonos o penalizaciones. Cuanto más avanza la digitalización sin contrapesos, más fácil es que el trabajo se parezca a obedecer instrucciones de una mente lejana, en lugar de ejercer criterio propio.

¿Ganan un sueldo? El día que el dinero deja de ser la recompensa central

En una mente colmena, pagar salarios individuales no tiene sentido. ¿Te haces una transferencia a ti misma? Lo lógico es que el dinero pierda relevancia dentro de la Unión. Si todas las conciencias forman un solo sujeto, lo importante no es cuánto gana una persona, sino cómo la colmena decide distribuir recursos para mantenerse funcionando.

Ahí hay una primera pista de respuesta: la gente colmena no cobra su quincena, sino que recibe acceso. ¿A qué? A comida, transporte, vivienda, energía. La unidad de medida ya no es el sueldo, sino la provisión automática de bienes y servicios desde esa inteligencia que controla todo.

Es aquí donde pensar desde la colectividad es un factor de protección: una de las muchas discusiones que en mi opinión hay que tener a la par del futuro del trabajo es la de las redes de protección social. Por ejemplo, un salario mínimo universal, igual que desvincular el acceso a la seguridad social del trabajo y pasar a un esquema universal.

¿Trabajan todos o sólo algunos? La eficiencia contra la vocación

En una colmena de abejas, no todas hacen lo mismo, pero ninguna se sienta a preguntar ¿esto me hace feliz? El rol se asigna por la lógica del organismo, no por los sueños de la abeja. Ojo esto plenamente consciente del enorme privilegio que es levantarte emocionada de ir a trabajar.

Con Pluribus podemos imaginar algo parecido: no todas las células están produciendo 24/7, pero la mente colmena decide quién se activa, quién descansa, quién hace tareas complejas y quién se queda en funciones rutinarias. La “vocación” se vuelve irrelevante. No trabajas en lo que amas; trabajas en lo que el sistema necesita, hoy.

Aquí la comparación con la IA es directa: cuando el foco exclusivo es la eficiencia, la persona se convierte en un recurso flexible más. Se reubica, se reentrena o se “optimiza” según una lógica que nunca se discute democráticamente. Y se espera que lo agradezca, porque “es el futuro”.

La pregunta política es otra: ¿queremos un futuro en el que tengamos más capacidad de decidir sobre nuestro tiempo y nuestro trabajo… o sólo queremos que la máquina o el sistema nos ubique como un recurso más útil donde entienda que es así?

¿Existe la riqueza cuando hay mente colmena?

Si hablamos de riqueza material individual, dentro de la colmena eso deja de tener sentido. Acumular para ti contra las demás ya no funciona cuando todas son, literalmente, la misma conciencia.

Pero eso no significa que desaparezca la desigualdad. La Unión tiene origen, diseño, arquitectura. En nuestro mundo, la versión “colmena” podrían ser los grandes sistemas de IA entrenados con datos de millones de personas y controlados por unas cuantas empresas.

Aunque imagináramos un futuro en el que muchas personas ya no reciben salarios tradicionales porque gran parte del trabajo lo hacen máquinas o sistemas automáticos, la riqueza seguiría concentrándose en otro lugar: en primer lugar quienes poseen y gobiernan esta tecnología, en segundo quienes la programan o tienen habilidades digitales y al último, el resto.

Si no ponemos reglas desde ya, el riesgo es claro: adentro de los sistemas automatizados todas las personas pueden parecer iguales, mientras afuera crece una brecha entre quienes están a merced del algoritmo.

Pluribus como advertencia para el trabajo decente en tiempos de IA

Lo que Pluribus hace muy bien es mostrar la seducción de la homogeneidad. Un mundo sin conflicto, sin discusiones políticas, sin incertidumbre laboral suena tentador. Nadie pierde su trabajo; el trabajo, más bien, se disuelve en la vida cotidiana de una mente gigante que se encarga de todo.

Pero todo tiene un costo: se pierde el derecho a decir que no. Se pierde la individualidad, la disidencia, la incomodidad. Se pierde la posibilidad de que un grupo de trabajadoras se organice, pare la producción y diga: “estas condiciones son inaceptables”. Mi corazón sindicalista no podría soportar esto.

Eso es exactamente lo que está en juego hoy cuando hablamos de inteligencia artificial en el mundo del trabajo. No se trata sólo de “cuántos empleos va a destruir”, sino de qué tipo de poder concentramos en una sola inteligencia –propietaria, opaca, inaccesible– para decidir sobre nuestro tiempo, nuestra productividad y nuestra subsistencia.

Si dejamos que la IA entre a la empresa sólo como herramienta de control, medición y sustitución, estaremos montando nuestra propia versión de la colmena: mucha eficiencia, pocos derechos, y una democracia en riesgo. El giro que necesitamos es otro: IA para automatizar lo rutinario y liberar tiempo para el mundo análogo, la creatividad y hacer comunidad, no para exprimir cada minuto ni sustituir la expresión que nos hace humanas. IA al servicio de proyectos colectivos con reglas claras, auditables, negociadas… no al servicio de una élite.

Pluribus es ciencia ficción, sí. Pero también es un recordatorio incómodo: la distopía laboral no empieza cuando una inteligencia externa nos conecte a todas; empieza cuando dejamos de preguntarnos quién decide para qué se usa la tecnología en nuestros empleos. Todavía no somos colmena. Justo por eso, este es el momento de aprovechar la IA para ampliar la autonomía y la igualdad en el trabajo, no para sacrificar ambas en nombre de una eficiencia que, al final, nunca es neutral.

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